jueves, 16 de febrero de 2012

Identidad

Nos llega esta colaboración de un compañero, donde reflexiona sobre nuestra identidad como merlenses. Recomendamos la lectura de la nota y sobre todo recomendamos dejar algún comentario... ¿cuál es la identidad de los merlenses, para ustedes? ¿qué nos distingue y qué nos asemeja a otras localidades? ¿qué nos falta hacer para proteger lo nuestro, para crecer como comunidad? Les dejamos las palabras del "Polaco" de inspiración. Por supuesto, usamos el pseudónimo por motivos de seguridad; aclaramos que conocemos personalmente al compañero que nos envía la nota. ¡A leer!



IDENTIDAD


Una ciudad en la que una buena parte de sus habitantes no “habitan” realmente sino que sólo duermen y, en el mejor de los casos cenan durante la mayor parte de los días de la semana, una ciudad “dormitorio” como se las suele llamar, raras veces tiene la oportunidad de constituir una identidad propia. Sobre todo si esa ciudad se encuentra tan cerca de una gigantesca urbe que  hasta la contiene como parte de su periferia negándole así la posibilidad misma de “ser”. En Merlo se es parte del AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires) para muchas de las consideraciones económicas, sociales y políticas. Es más, para muchos sectores de la pequeña burguesía que puebla los centros urbanos del distrito, casi no existe otra cosa que esa situación, quedando el resto, precisamente aquello que podría eventualmente constituir el “color local”, parcialmente enterrado entre lo que no se quiere reconocer como propio, por considerarlo una rémora, un demérito que debe ser ocultado de la mirada ajena. De esta manera se construye una micro-cultura urbana un poco impostada, que imita gustos y consumos, modos de hablar e indumentaria del gran centro urbano, pero que se diluye en la mayoría de los casos al indagar un poco más profundo o con sólo transitar veinte cuadras hasta la primera calle de tierra.

Si hay algún lugar en el distrito en que esto resulta más evidente, es aquél constituido por las pocas cuadras que forman el centro de San Antonio de Padua. Jóvenes hijos de trabajadores acomodados o de pequeños empresarios de clase media, salen por los atardeceres de los viernes y lo sábados a mostrar su estatus social, convirtiendo a las calles principales (en realidad, unas escasas dos cuadras de ellas, cercanas a la estación del ferrocarril) en pequeñas versiones apenas degradadas de sus homólogas en Palermo o Barrio Norte. No realizan ninguna actividad en particular, sólo están. Observan y son observados en la ratificación de su propia condición social. También, pero tal vez un poco más temprano y, sobre todo, en las mañanas, es notoria la cadencia acompasada de las mujeres de mediana edad, buscando reflejar con sus consumos aquellos de sus gemelas mejor afortunadas de Buenos Aires. Todo, en última instancia parece un como si, sin embargo funciona como regla de distinción entre aquellos que se sienten parte de la gran megalópolis y aquellos que simplemente constituyen la esencia del conurbano bonaerense.

La misma idea de indiferenciación fluye entre quienes combaten, desde el terreno de las ideas y con justicia, la lógica vecinalista cercana a las derechas, que supone que los problemas que afectan a la comunidad pueden ser resueltos sin más, con una buena gestión administrativa, en el supuesto de que son problemas locales, y por lo tanto, localmente resolubles. Desde allí, se destaca el localismo más acendrado. Un localismo que, aún pretendidamente político, despolitiza los conflictos, que los vacía de contenido y que termina resultando funcional a quienes, conservadores al fin, no quieren cambiar nada de nada. El combate aparece así, justificado, y nunca será suficiente el esfuerzo por demostrar que los graves problemas que asolan lugares como éste (desocupación, hacinamiento, marginalidad) forman parte del conflicto inveterado entre capital y trabajo y su resolución depende, a fin de cuentas, del indeterminado ritmo de la lucha de clases.

También es justo reconocer que las imágenes de los espacios más o menos obreros, más o menos marginales, se reproducen con matices en la mayoría de los distritos que constituyen el conurbano. Dosis más o menos parecidas de contingentes migratorios internos y exteriores conviven con población más antiguamente instalada. Culturas de países limítrofes en mezcla sincrética con lógicas propias de periferia urbana, religiones alternativas en ventajosa disputa con la  iglesia católica llenan los mismos salones a veces improvisados, a veces sólidamente instalados. Por otra parte y como el marco económico-social de todo el territorio, como impronta que identifica que uno está caminando por el conurbano, problemas de servicios públicos insuficientemente provistos por el estado o las empresas responsables son la rúbrica común de una región poblada por 12 millones de personas.


Si se analiza la estructura política, se replica en el distrito la dominación a nivel municipal de burócratas consuetudinarios de larga permanencia en el poder. Tal vez el grado, la exageración, la eficacia en la gestión del patoterismo sean capaces de mostrar un perfil diferenciado en este lugar más castigado que otros por el aparato del Partido Justicialista; sin embargo, convengamos que sería muy triste el definir una identidad social tan sólo por esta desgracia (tal vez, desgracia y su connotación aleatoria no sea la mejor manera de definir la situación; ésta en verdad, ha sido construida intencional y meticulosamente). De todos modos, si hurgamos un poco en la historia reciente, con seguridad podríamos encontrar algún ejemplo más o menos parecido en algún otro lugar del conurbano.

Sin embargo y a pesar de todo, hay algo en nuestras convicciones que nos obliga a buscar algún rasgo identitario diferencial entre todas estas homogeneidades. Aquellos que pensamos imposible la construcción política sin tener en cuenta la materialidad social sobre la que esta se edifica, y que entendemos que debe de haber algún rasgo que nos convoque desde el mismo piso que transitamos, no podemos no dejar de buscar esa marca que nos convoque a sumar desde las preocupaciones más inmediatas de la gente, que no hablan del imperialismo ni del combate (imprescindible, necesario) contra el capital, sino de cosas más pequeñas; de la canilla que falta, de la luz que no ilumina, del puntero que la arrastra a una marcha, del miedo a la patota.

Tal vez en Merlo, ese rasgo identitario lo constituya la originalidad de la respuesta a esa situación de indefensión ante el poder de turno. Tal vez, debamos pensar en la necesidad de construcción de una identidad, local, propia pero que busca contagiar, que surja de esa otrora impensada multiplicidad del oponerse al arbitrio desmesurado y bárbaro que, alimentado desde las más altas esferas del poder, pretende erigirse en el zar de los destinos de todos los habitantes del municipio. Si podemos convenir en el hecho de que a este pequeño territorio le caben las generales de la ley, también podemos pensar que la forma de articulación de esas generalidades ha resultado (felizmente) en una particularidad que lo distingue (ojalá que sólo por ahora) entre otros. Merlo bien puede resultar el lugar en el que el acuerdo en la diferencia permite construir Política en aras de la democratización de todas las instancias de la vida cotidiana, hecho sin dudas inédito, al menos en los últimos tiempos de fragmentación de las luchas populares. La tarea resulta ardua y lenta, no sin traspiés, avances y retrocesos. Lo cierto es que hoy se cuenta en el territorio con una instancia de discusión y acción colectiva, todavía incipiente pero que ya ha comenzado a dar muestras de su eficacia y que ha dado en llamarse Espacio por la Democracia en Merlo. Con seguridad, todavía no están allí todos los que debieran estar, es seguro que algunos de los que están todavía dudan, desconfiados, de la buena fe de la propuesta. No importa, la realidad es la madre de todas las certezas, el futuro decidirá sobre la legitimidad de la construcción…

En uno de esos encuentros multisectoriales que se vienen sucediendo por estos lados de un tiempo a esta parte, se oía la necesidad de convertir a la democracia en un problema para el poder (y en este caso era el poder local, pero lo dicho vale como pretensión universal), y, en realidad, cuando la democracia deja de ser esa instancia formal y delegativa, vacía de todo contenido y abstracta en sus resultados, siempre es un problema para el poder instituido. Tal vez, para algunos resulte una pretensión demasiado módica, demasiado despojada de la épica de las tareas a las que convocan los discursos de barricada. Lo que no logran entender es que el discurso de la democratización, cuando es real, cuando no claudica ante las formalidades (formalidades que incluyen, por qué no, a la ley) ni ante los miedos, no tiene límites, no tiene punto de llegada. Encuentra sólo el freno que le impone el poder cada tanto, cada vez más y más costosamente, en un escenario en el que la participación colectiva y, por fortuna, cada vez mejor articulada, es la cifra que ilumina las idas y vueltas de la lucha de clases.

El Polaco.

1 comentario:

  1. Aca dejo el link correspondiente a la respuesta sobre este texto.

    http://matiaspalacio.blogspot.com/2012/02/respuesta-al-texto-identidad-por-el.html

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